Ya sé que, al leer este libro, no he leído el Mahabharata. Ya sé que el Mahabharata es uno de los poemas más extensos del mundo, y que sus más de 300.000 versos no cabrían en las poco menos de 400 páginas que integran esta versión en español publicada por Ediciones Sígueme, que para colmo no es una traducción directa del sánscrito, sino que es la traducción de un texto en francés escrito por Serge Demetrian, autor de esta versión del Mahabharata que elaboró a partir de testimonios orales que él mismo fue recogiendo en la India, según nos cuenta en el prólogo, como también nos advierte de que lo que vamos a leer no es sino una versión abreviada de la epopeya india en la que se limita a recoger las partes del poema que abordan los cruentos a la par que fantásticos y sobrehumanos combates que libraron los Kaurava y los Pandava, dos ramas de la misma familia, por tratar de ocupar el Trono de la Dinastía Lunar. En definitiva, una historia de hermanos que se “quieren” como hermanos a la hora de cobrar una herencia; nada que le pueda sorprender a una mujer u hombre del siglo XXI pese a que se lo cuente una leyenda cuyos orígenes estarían en un conflicto real acontecido en la India del siglo XIV a. de C. Y es que, a lo largo de tres milenios y medio, pocos cambios se perciben en la humanidad más allá de lo puramente tecnológico. La estupidez, en cambio, permanece ahí, supongo que debido a ese sorprendente apego que solemos tener a toda esa costra de sinsentidos que nos cubre y que reconocemos bajo el común denominador de “tradición”. Y la guerra, claro está, forma parte de esas inmarcesibles tradiciones, que además se nos antoja bonita, estética: ¡Hay que ver la cantidad ingente de buena literatura que ha generado un hecho tan primario y sencillo como es cargarse al vecino por el mero hecho de que ondeaba otra bandera, hablaba otro idioma o, lo que es mucho más frecuente tratándose de guerras, porque uno se quería apandar de lo que era del otro y viceversa!
Es evidente que el Mahabharata a día de hoy cobra una vigencia extra,
una carga de actualidad añadida a la que ya de por sí ha tenido a lo largo de
los tiempos. Sí, porque vivimos tiempos en que algunos políticos recurren a la
literatura épica clásica, pero sobre todo a la fantástica contemporánea, para
explicar situaciones de la política actual, para intentar resultar didácticos
(aunque no lo suelen conseguir) a la hora de hablar sobre la naturaleza del
poder y la lucha por el mismo. Y lo cierto es que, incluso fracasando en sus conatos
de explicación, la suya me parece una pedagogía de lo más acertada, de verdad.
Me pregunto si en España existe algún político que haya hecho uso del
Mahabharata para hacer didáctica del poder. Es más, me pregunto si algún
político español ha leído siquiera el Mahabharata; y a veces esos políticos
hasta hacen que me pregunte si muchos de ellos acaso alguna vez han leído algo, lo que sea, incluso cuando dicen que leen.
Ellos se lo pierden si no lo leyeron, porque en el Mahabharata se dan cita
todos los valores que uno necesita conocer para orientarse bien en el mundo de
la política (quizás en el mundo, en general) y, a su vez, para que esos
políticos no nos timen a nosotros: conocer textos como el Mahabharata es ir un
paso (o más de uno) por delante de ellos. Por sus páginas van desfilando asuntos
contrapuestos y omnipresentes a la vez, tales como la vida y la muerte, la
virtud y el destino, la fuerza y el derecho (el dharma o justicia moral
a la que constantemente apelan los personajes del libro, más o menos como
cuando un político español de hoy apela “a la transparencia o a la
constitucionalidad de las actuaciones…”).
Y al margen de ese aspecto pedagógico, contamos con la tensión que
ofrece ese duelo bélico entre los Kaurava y los Pandava. Sin embargo, el lector
pronto se da cuenta de que el autor o autores del poema cuentan con un bando
favorito y además no se trata de un duelo de igual a igual como uno podría
llegar a pensar antes de emprender la lectura. Los Pandava son el partido que
goza del favor del bardo, pero también por las instancias supremas de la época
y el lugar, ya que Krishna, nada más y nada menos, está de su parte. Hay
favoritismos, pues. Hay maniqueísmo. Hay buenos muy buenos y malos muy malos.
Nada que reprochar en ese sentido a los creadores anónimos del poema, pues la
épica siempre ha tendido a ensalzar unos colores y demonizar otros. Incluso se
podría decir que en ocasiones esa es su finalidad. Están, por tanto, dentro de
lo que se consideraría normal. Además, si se para el lector a pensar, en esto
también encontrará su buena dosis de pedagogía, ya que no hay discurso político
actual que no incurra en esa infame división dual del mundo en buenos
(nosotros) y malos (ellos). Y es que, incluso perteneciendo a la misma casta
(palabra que en el lenguaje político actual ha encontrado su acomodo), como
sucede con los Kaurava y los Pandava, que son miembros de la casta de los kshatriya
(la casta de los reyes y guerreros), como no dispongas de los medios
adecuados para la victoria (ya quisieran contar los ejércitos de hoy con el
fabuloso e infalible armamento que se describe en algunas de las escaramuzas
militares del Mahabharata), o no cuentes con el beneplácito de quien ha de
ofrecerte el apoyo decisivo e insoslayable para alcanzar tu meta (y que cada
uno imagine quién sería ese Krishna del siglo XXI confesor de impagables
favores, gracias y virtudes), no hay nada que hacer. La conclusión sería que,
incluso siendo todos de la misma casta, unos son más casta que otros. Pero no
se lo reprochen a los autores del Mahabharata: es simplemente lo que hay. Gran
lectura.
Mahabharata, edición de quiosco. Doscientas pesetas. This is Spain y es lo que hay.
ResponderEliminarGran reseña, muy interesante.
Bueno, benditas sean las editoriales que lanzan ediciones de quiosco de obras clásicas a 200 pesetas o 2 euros. ¡Gracias por el comentario!
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